Friday, April 30, 2010

Cantos de luna, de fuego y de agua

La luna y el agua

Mira, abuelita:
Se cayó la luna,
Se cayó de panza.
Cayó en la laguna,
Se cayó del cielo,
en el agua mansa.

Upa, lunita,
Sube, mi alma,
Sube a mi mano,
Sube a mi falda,
Que estarás de vuelta
Cuando llegue el alba.

¡Ay, abuelita!
La luna en el agua
Se quebró en estrellas
Que danzan y danzan,
En el agua negra,
En estrellas blancas.

No llores, chiquita,
Por la luna blanca,
Por la luna bella
Que en estrellas danza,
Porque nada es quieto,
Porque todo cambia.

La luna y la estrella
Y las gotas de agua
Se juntan, se quiebran,
Se unen, se apartan.
Porque nada es siempre.
Porque todo cambia.

Lo único eterno
Es el sol de tu alma.

En la casa de abuelita

En la casa de abuelita
hay cocina y comedor.
Ella limpia la cocina
y yo barro el corredor.

Por la noche entra la luna,
Por la tarde entra el sol.

En la casa de abuelita
hay tres puerta y un portón.
Un jardín con margaritas
y otra flor en el balcón.

Por la noche entra la luna
Por la tarde entra el sol.

En la casa de abuelita
hay hamacas y un sillón.
En la hamaca ella dormita
y yo canto una canción.

Por la noche entra la luna,
Por la tarde entra el sol.


La mariposa y la vela

La mariposa blanca,
en otro mundo sueña
que una niña duerme
a la luz de una vela.

La niña está soñando
que la mariposa vuela,
y que en la noche tibia
las dos revolotean.

Y ve que un ala roza
el fuego en la candela.
─ ¡Cuidado mariposa,
que la llama te pega!

A tiempo ya se escapa
la mariposa lela,
de aquel fuego que mata,
de aquel rojo que quema.

Y por la puerta abierta
a la noche serena
ya sale parpadeando
con sus alas de seda.

¿Soñó la niña acaso
a aquella mariposa?
¿Soñó la mariposa
a la niña y la vela?


Quisiera ser...

Quisiera ser...

─Quisiera ser luna
de luz tan plateada,
que el cielo acuna
en nubes rosadas.

─La luna es muy fría,
no tiene esplendor,
su luz blanquecina
¡se la pide al sol!

─ Quisiera ser sol
y luz derramar
de su gran crisol
al campo y al mar.

─ El sol es el fuego
que quema el trigal,
y seca los suelos
e incendia el pajal.

─ Quisiera ser lluvia
y apagar el fuego
que al pasto incendia
cuando está seco.

─ La lluvia constante
desborda el río,
que sale del cauce
e inunda el sembrío.

─ ¡Ay, si no puedo
ser luna, ni sol,
ni agua ni fuego...
quisiera ser Dios!

─ Pues piensa, mejor
en labrar el suelo;
observar la luna
y el ciclo del cielo.
Y si el sol abrasa,
regar los trigales;
y si el río avanza,
abrirle canales.

Sé lo que eres,
no quieras ser Dios;
pues Dios es el Uno
y nosotros, el Dos.

Pícaro pajarito

Un pájaro ha despertado
a mi niño hoy temprano.
Yo salgo a regañarlo,
a la lluvia del verano.

¿Querrá el pajarito callarse
si pongo alpiste en mi mano ?

Le silbo bajito al árbol
que frente a mi ventana
abriga al autor del canto
y lo oculta entre sus ramas.

¿Querrá el pajarito escuchar
a quien de abajo lo llama?

La araña en hilos que flotan
de su trabajo etéreo
tendió su telar de gotas
de una rama del cedro.

¿Por qué, pajarito, no vienes
a ver su tejido aéreo?

Y ya paró de llover:
el sapo croa en la laguna.
La luna salió a encender
las gotas de una en una.

¿Saldrá el pajarito a ver
el arco iris de luna?

Pícaro pajarito,
¿Dónde te habrás metido?
¿De donde viene ese grito
que asusta al niño dormido?

¡Ni mano, ni voz, ni alpiste,
ni tejido de rocío,
ni el arco iris que viste
el cielo azul del estío
te pueden hacer salir
de tu escondite en el nido!

Un poema entrego al viento
en vocablos rumorosos,
y al aire le encomiendo
llevarlo al árbol frondoso.

¿Podrá el pajarito al menos
oír mi verso quejoso?

Pícaro pajarito,
¿Dónde te has metido?
¿De donde viene ese grito
que asusta al niño dormido?

Señor Martinengo

Señor Martinengo
¡Me riega los pies!
Señor Martinengo
¡Me riega la flor!
¡Me riega la planta!
¡Me riega la col!

En mi pueblo había un camión
con un tanque colorado.
Por las calles esparcía
lluvia fina a los dos lados.

De dos tubos extendidos
de metal agujereado
echaba agua en abanicos
como brazos enjoyados.

Y así andaba por las calles
de mi pueblo polvoriento,
con un ronroneo pesado
regando el polvo sediento.

Largaba su lluvia mansa
en las mañanas temprano,
y el arco iris formaba
con las luces del verano.

La tierra mojada y fresca
se amontonaba en bolitas,
y la calle se llenaba
de charcas y lagunitas.

Para beber de las charcas
le seguían las mariposas,
en un muy feliz cortejo,
aleteando, luminosas.

Detrás de las mariposas
los chicos correteaban;
las cogían de las alitas,
las contaban, y dejaban.

Las miles de las mariposas
sorbían el bien sutil,
y una docena de chicos
contábamos hasta mil.

Con la panza llena de agua,
y esparciendo bendición
a chicos y a mariposas
iba el camión regador.

Hoy ya no hay más mariposas
en el brillo del cemento.
Ya no hay más polvo enojoso,
ya no hay insectos sedientos.

Me dicen, con mucho orgullo:
“El pueblo ya está avanzado.”
Y a mí se me hunde el pecho
por el asfalto pelado.

Señor Martinengo
¡Me riega los pies!
Señor Martinengo
¡Me riega la flor!
¡Me riega mi verso,
me riega mi voz!



Sol y luna


A la luna dijo el sol:
Tu dulce resplandor me enternece.
Quisiera que demores tu estancia
en el cielo después de que amanece,
y así puedo admirarte, a la distancia.

Y ella respondió:
Por días, flotando me he quedado,
en el céfiro azul, con esperanza.
Pero tú, feliz y enamorado
de tu propio brillar, me has ignorado.

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