Tuesday, June 22, 2010

POESIA PARA NIÑOS Y JOVENES


Soneto a la rata

Había una vez en una aldea
una rata que andaba escarbando
en latas de basura, y rogando
que pudiera encontrar otra moneda.

Tenía escondida en su alacena
riqueza que adoraba como a un santo,
en tanto percibía con espanto
que más que alegría sentía pena.

Un día sucedió por un acaso
que un niño le ofreció una violeta.
Curiosa, la tomó y apuró el paso;

y entrando a su cubil por una grieta,
pensó, dejó la flor en su regazo,
y desde ese día fue poeta.

Soneto a los herederos del planeta

Que el mundo está enfermo, ya es sabido,
la causa de su mal la sospechamos:
creemos que su falta está en el vano
deseo de los hombres, desmedido.

Pues siempre hubo los sabios y los necios.
Los sabios, con nomás lo necesario,
humildes, agradecen el pan diario.
Los tontos, se empachan con excesos.

Y hoy, arrepentidos y perplejos,
quisieran recobrar el bien perdido,
y encuentra que, aunque quieran, ya están viejos.

Tu herencia es un planeta muy maltrecho.
¡Perdona a tus mayores sus delitos...!
¡Tendrás que deshacer lo que hemos hecho!

Copyright©2010

Monday, May 31, 2010

De las Américas

Sin cola

La víbora del coral
llora anillos de plata,
porque un cholito le dice
que tiene cola de lata.

El chorlo gritón de Chile
llora unas plumas rayadas,
porque un cholito le dice
que tiene cola manchada.

La llama de la montaña
llora en mañana de hielo,
porque el niño le dice
que tiene cola sin pelo.

Víbora, chorlo y llama
ríen una nota sola,
cuando ven que ese cholito
¡no tiene plumas ni cola!


El Norte

Mamá se fue pa’l Norte,
papá se fue también.
Yo tengo a mi abuelita
que vela por mi bien.

Mamá ya vuelve pronto.
Papá un poco después.
Se fueron caminando
¡y se vuelven en tren!

Papá se fue nadando,
Mamá se fue en camión.
Pero los dos juntitos
¡se vuelven en avión!

Cargados de regalos
para la Navidad
o el día de San Diego,
y aquí se quedarán.


El telar y el quetzal

En una aldea del altiplano
teje la niña en telar de mano.
Dice a su madre: ─Para un rebozo
¿cuál será el tono más primoroso?

─Ponle amarillo, como el elote.
O negro, como un guajalote.
Y también blanco al ribetito
como la lana del corderito.

─Esos tres, madre, no son colores
suficientes a mis labores.
¡Quiero un verde iridiscente,
como si fuera un bosque viviente!

Un buen quetzal, que está mirando,
deja una pluma bajar planeando.
Viene a posarse en el telar
y en rica tela, a descansar.

Y el verde intenso, el más precioso,
está ya preso en el rebozo.

Muchacha salinera

De ocultos manantiales
en andinas montañas,
arroyos minerales
traen sal en sus entrañas.

Decantan su salina
riqueza en las canteras
que cubren, blanquecinas,
del cerro, las laderas.

Yo vi llegar a hombres
andando con fatiga,
cargando los terrones
en filas, como hormigas.

Al fin de la hilera
te vi llegar, alerta;
tu carita morena
de blanca sal cubierta.

La bolsa en tu espalda
diestra la sostenías,
y en pliegues de tu falda
un cuaderno escondías.

En él espié, asombrado,
como quien mira a un alma:
habías dibujado
un lucero en el alba.

Ahora, cuando extiendo
mi mano hacia el salero,
a ti, niña, estoy viendo,
a tu alba y tu lucero;

y en ti pienso, cholita,
y en lo que tu alma anhela,
y en esa sal bendita.
que el sueño me desvela.


Trapecista de Buenos Aires

Cuelga alto el trapecio
del techo abovedado,
con la luna y los luceros
en un cielo azul pintado.

Entra el niño trapecista
vestido de ángel, esbelto.
Con postura de artista,
un haz fibroso es su cuerpo.

Las pupilas luminosas
le brillan como azulejos,
y lentejuelas lujosas
le da un aire de espejo.

Cae una cuerda elástica
y el niño la agarra al vuelo;
y en cabriola fantástica
sube con ella al cielo.

¡Artista de las alturas
que sólo hablas con el cuerpo,
tú usas el alfabeto
de los raudos movimientos!

Ahora, con gran donaire,
se equilibra en un pie;
ahora se agarra del aire
mientras cuelga al revés.

¡Ay, trapecista, tú tienes
en tus manos, mi corazón!
¡Tan pequeño y ya vuelas
sin miedo, como un gorrión!

Para agarrarlo en el vuelo
otro trapecio le extienden;
en el aire queda suspenso
en el instante siguiente.

¡Cuidado, mi valiente,
que no se escape la mano!
¡Que tu fiel pulso no tiemble,
y no mires para aquí, abajo!

Saltado al otro trapecio,
su cuerpo de fuerte mimbre,
con preciso movimiento
ya está en la barra, firme.

Pero yo, que soy de la tierra,
lo miro con el alma en vilo;
y a cada segundo me aterra
que su vida penda de un hilo.

De pronto la barra suelta
y va cayendo al vacío.
¡No hay otra mano ni cuerda!
¡Abajo lo espera el abismo!

Niño vestido de ángel,
de ángel sin ala alguna...
¡Si yo pudiera soplarte
y elevarte hasta la luna!

Cuando está ya en caída libre,
casi al final del trayecto,
cae el trapecio ¡increíble!
en el momento perfecto.

¡Ay, trapecista, tu tienes
en tus manos, mi corazón!
¡Tan pequeño y ya vuelas
sin miedo, como un gorrión!


Coya, Coyita

I
Coya, coyita, ojitos de estrellas
¿Tú montas tu llama o andas tras ella?

Envuelta en tu poncho, carita muy seria,
tú bajas al pueblo en domingo de feria.

La luna se mira el reflejo en la escarcha,
y por las quebradas tú sigues la marcha.

Al fin del camino, allá está el mercado.
Amarras la llama y bajas tu atado.

Y en lengua aymará, comienzas la venta:
¡Cinco centavos, señor, por la menta!

Y en lengua española ofreces la leña:
¡Leñita muy seca, cómprele a su dueña!

A la tardecita vuelves al sendero,
y al Camino Inca lo alumbra un lucero.

II
Coya, coyita, que vuelves a cansada.
¿Tú traes a tu llama o ella te arrastra?

Quínoa a la sopa tu madre le echa,
para que tú crezcas muy recta y derecha.

Humita de chala con papa y cebolla.
y en día de fiesta, un cuy en la olla.

Machaca el mortero con fuerza en la piedra.
el grano dorado que nace en la sierra.

Tu padre en el surco lo hizo crecer.
(¡Ay! Y en su tierra él paga alquiler...)

Tu raza fue imperio, y no se te olvida,
por eso, muchacha, tú andas erguida.

Porque en este siglo, cholita esforzada,
la voz de los coyas será escuchada.


Menino bahiano

I

El niño dibujo en la arena y espera,
y piensa en la cesta de peces dormidos
que trae en la barca su padre.

El oro escarlata en la brillante esfera
se ha vuelto ceniza y descolorido,
y un viento de hielo lo barre.

El cielo se cubre de nubes pesadas
y en el horizonte, que era acuarela,
ahora no hay hombres ni barcas.

El mar turbulento en la tarde cerrada
no deja en la costa ni redes ni velas,
apenas un niño que aguarda.

II

─Pescador: tú que sabes del bello trabajo
de hablar con los peces en el altamar.
¿Has visto a mi padre pescar?
─No, no he visto a tu padre pescar.

─Caracol, dulce amigo, que vives abajo
y ves a los barcos encima flotar:
¿Tú has visto a mi padre pasar?
─No, no he visto a tu padre pasar.

─Yemanyá, diosa hermosa: tú eres quien trajo
las aguas del río a llenar la mar.
¿Lo has visto tal vez naufragar?
─Pues sí, pues no... déjame recordar...

III

De pronto y sin causa el mar se serena.
El niño dibuja en la orilla y espera,
y piensa en los peces durmiendo.

Las olas arrojan la barca a la arena,
y el hombre, temblando y cargando la cesta,
le dice a su hijo, sonriendo:

─Ya ves, he venido. Ve y dile a tu madre
que ya he traído la cena.

Copyright©2010

Sunday, May 16, 2010

De esto y de aquello...

Muchos besos

─Papá, papacito,
¿Qué me traes de mañana?
─Te traeré un corderito
para que tejas con lana.

─Papá, papacito,
¿Qué me traes por la tarde?
─Te traeré un angelito
para que el sueño te guarde.

─Papá, papacito,
¿Qué me traes esta noche?
─Te traeré un caballito
para que te lleve en coche.

─ Papacito, hablo en serio,
¿Qué me traes de regreso?
─¿De verdad? Es un misterio...
y, pues, claro, ¡muchos besos!


Redondilla del abuelo

La oficina de mi abuelo
es el más perfecto lío.
La abuela dice ¡Dios mío!
Para mí, en cambio, es un cielo.

Colgados tras de la puerta
Tiene sus quince sombreros
De bombero o de guerrero
Para jugar me los presta.
En las cajas hay tornillos
y viejas diapositivas
y hasta una araña viva
debajo de algún martillo.

También tiene en un armario
un cementerio de anteojos
que me miran de reojo
como extraplanetarios.
En un gran globo del mundo
que esta siempre empolvado
yo vuelo a todos lados
en su falda, en un segundo.

En los secretos cajones,
mezclada con mis juguetes,
hay crema de cacahuete
para trampas de ratones.
Hay hojas llenas de versos,
que creo que son poemas
de muy difíciles temas
del Alma y el Universo.

Hay ruedas de bicicleta,
una alfombra carcomida
y algún resto de comida
debajo de las chancletas.
Y sus libros bienamados
del filósofo Platón
se apoyan en un tazón
de algún café olvidado.

La abuela dice “¡qué inmundo!”
Y el abuelo dice “¡Paciencia!
Que en el orden no hay ciencia
ni tampoco saber profundo.”
Yo, como soy chiquito,
les doy a los dos la razón,
y el amor de mi corazón
que llega hasta el infinito.

Inventos de varón

A mi hermano le regalan
un tren largo y un avión,
y a mí creen que me engañan
con collares y un bombón.

Si a él le dan un arco y flecha
y hasta un destornillador,
yo no quedo satisfecha
con un hilo y bastidor.

“Que las niñas quieren trapos”
“Que los niños, un motor”
“A las niñas” ¡qué sopapo!
“un dedal y un tocador”.

Así piensan los compadres,
los maestros y el doctor,
y hasta el cura, digo, Padre
y hasta el juez y el profesor.

Espérense a que sea grande
y me compre un tambor:
¡Van a verme por las calles
denunciando tal error!

¡Qué se piensan! ¿Somos tontas,
que nos mandan a un rincón?
¡Esas cosas son afrontas!
¡Son inventos de un varón!


Mi gata andariega


Se escapó Fofiña, mi gata ¡De nuevo!
Le digo ¿qué buscas, en noche de truenos?
¿En plena intemperie, en tiempo de lluvia,
de frío, de viento que sopla con furia?

¿Qué haces, mi amor, mi gatita insensata?
¡Ya están en su nido ratones y ratas!
¡Ven, que te mimo y te pongo un lazo!
¡Ven, que te peino y la panza te rasco!

Pero ella se fue, quién sabe a qué andanzas,
saltando en las ramas, quién sabe en que danzas.
Y yo estoy aquí, sin pegar un ojo,
rodando en la cama como el trompo rojo.

Mamá no me deja abrir la ventana.
Y yo la imagino todita mojada...
Mamá no me deja dejarla abierta
en caso de que ella de andar se arrepienta.

¿Estará mi amor buscando la entrada,
temblando de frío y desarropada?
¡Ay! Me preocupa que esté estornudando,
o los bigotitos se le estén helando!

Aunque yo sea su madre postiza,
La amo como ama una madre a su hija.
Ella allá afuera, todita mojada,
y yo aquí en la cama, ¡tan preocupada!

Pero algo me dice: esta gata andariega
anda a sus anchas. Y yo aquí ¡despierta!
¿Estará enamorada, tal vez, de la Aurora?
¿O de un gato vecino, aquel bello de angora?

Me pongo un chaleco y ahora mismo salto.
¡La ventana está a sólo a un metro de alto!
¡Uno, dos, tres, y ya caí de pie!
A ver mi Fofiña... ¡Déjese ver!

Pasa un minuto, o quince, no sé.
Mi reloj a esta hora, pues... anda al revés.
Entre el ramaje, en la noche oscura
¡algo se agita! no estoy muy segura.

Miauuu miauuu .... mieuuu mieuuu...
Venga, Fofina ¡Déjese ver!
De pronto una sombra, en un pino mudo,
dibuja una cola peluda en el muro.

Dos verdes luceros se encienden y apagan
¡Y ahí está mi gata, contenta y ufana!
Le caigo encima y la oreja le agarro.
¡Y ya está conmigo y del collar la amarro!

Trepamos a un árbol que da a la ventana,
y con ella en mis brazos, salto a la cama.
Y sin más un mimo, y sin discutir,
la meto en la cama y la hago dormir.

¡Ay mi Fofinha, no te escapes más,
que para ajetreos ya no tengo edad!

Al ritmo de las Américas

I

Los cuerdas

Diez cuerdas tiene el charango,
que viene del armadillo,
animal algo zanguango
y de espinas, como un rastrillo.

El cuatro de Puerto Rico.
se llama también vihuela;
lo tocan grandes y chicos
de México a Venezuela.

Para bailar el jarocho,
la leona y la jarana
son instrumentos muy propios
de la tierra mexicana.

Con cuerda y coco en un arco,
para danzar capoeira
armamos un birimbao
en la tierra brasileira.

Bailamos la contradanza
con el arpa guaraní
en la selva Paraguaya,
bella tierra del Ibí.

Quédese aquí compañero,
que hoy tenemos casamiento.
¡No sea pájaro agorero,
y temple su instrumento!


II

¡Bailes de mucho rango!


En Colombia bailan cumbia,
al compás del raca-raca.
Escucha bien las marimbas
¡Mira que hacen alharaca!

Y así danza el cubanito,
lo acompaña un bongó.
¡Caramba, que tiene ritmo
para el mambo y el danzón!

Al compás de un bandoneón
otros bien bailan el tango,
hermano de la milonga
y pariente del fandango.

En la pampa el gauchito
zapatea un malambo.
Siguiendo el ritmo del bombo
¡A veces se cae al fango!

Conga, cumbia y merengue,
rumba, samba y fandango,
candombe, tango, y milonga
¡y a no olvidarse del mambo!

Todos vecinos del Congo
¡Son bailes de mucho rango!

Sonidos de la selva

Los bichos cantan

Ven, camaleón, canta el do.
Do re mi fa sol, sol fa mi re do.

Ven yacaré, canta el re.
Re mi fa sol la, la sol fa mi re.

Ven, coatí, canta el mi.
Mi fa sol la si, si la sol fa mi.

Ven, yarará, canta el fa.
Fa sol la si do, do si la sol fa.

Ven, caracol, canta el sol.
Sol la si do re, re do si la sol.

Ven caimán, canta el la.
La si do re mi, mi re do si la.

Ven manatí, canta el si.
si do re mi fa, fa mi re do si.

Vengan todos, cantemos en coro.
Ay, venteveo, ¡que cantas feo!
¡Tú no aprendiste nunca el solfeo!


Para invitar a un amigo a la selva

Yo vivo en esa línea
que divide el mundo en dos,
como dos medias naranja,
¡Muy muy cerca, vivo yo!

Si tú bajas por un río
que se llama Yasuní,
ahí pregunta por el árbol
de la más larga raíz.

Y siguiendo su silueta
llegarás a un manantial,
donde el árbol bebe agua
junto a un cañaveral.

Reconocerás la choza
por su forma especial:
es un triángulo de palmas,
¡igualito a una A!

Cuando llegues mi casa,
buen amigo, te prometo,
andaremos en canoa,
entre musgos y helechos.

Y en el árbol más frondoso
treparemos por las lianas.
Saltaremos de una en una
y dos en dos, como las ranas.

Comeremos la más dulce
de las mieles del panal;
contaremos las tortugas
que hacen siesta en el juncal.

Buscaremos una pluma
de la cola del tucán,
y le haremos mil cosquillas
a la cola del caimán.

Con la sabia de algún tronco
una antorcha prenderemos.
Cenaremos ayampacos
con la yuca de relleno.

A la noche dormiremos
como monos, tú y yo,
colgaditos de una hamaca
que mi abuela entretejió.

¡Ven amigo! que mi casa
abre a ti su corazón!



La tala ilegal


Al final de un sendero enmarcado
en palmeras y orquídeas lucientes,
en un claro escondido en la selva
ahí vive mi pueblo y mi gente.

Un arroyo que refleja el cielo
cruza el valle regado y feliz,
y a su vera plantamos la yuca,
el maíz y la flor de alelí.

Mi familia es del clan de Chiriap,
y a mi tribu le dicen Shuar;
y es tan vieja su historia en la selva
como es viejo el sueño del jaguar.

Si el monte nos regala troncos
que moldea tallando mi gente,
y las hábiles manos transforman
en canoas ligeras y fuertes;

si es del monte la leña y la miel
y los frutos que la mesa cubren,
y raíces y plantas que curan
y los huevos que el nido descubre,

y el pescado que hierve en la olla,
y el fuego de nuestras cabañas,
y las aves que al alba nos llaman
desde el techo dorado de cañas,

¿Cómo puedo escuchar sin un salto
cuando siento que tiembla la tierra
y yo sé que es otro árbol que cae
derrumbado por la motosierra?

Con su carga de ajena riqueza
allá va el ladrón maderero,
con tablones robados del templo,
a venderlos por sucio dinero.

Porque el monte es hogar y universo,
ruego a Arutam, el Dios del Shuar,
que nos libre de las forestales
que se meten al monte a talar.

Al final de un sendero enmarcado
en bambú y frondosas palmeras,
en un claro abierto a machete,
se prepara mi gente, y espera.


David y Goliat


Me siento en el borde lamoso del río.
Ya no eres aquél que venía cantando;
hoy vienes enfermo, viscoso y sombrío.
Lamparones negros te traes flotando.

Recuerdo el tiempo cuando eras hermoso
y el agua corría ligera y sonora,
y los mudos peces en fondo rocoso
veían pasar las ligeras canoas.

Y madres lavaban sus largos cabellos
en pura alegría de tu transparencia,
y el sol en tus crestas pintaba destellos
y aves bebían de tu inocencia.

Un día llegaron con la dinamita.
Talaron la selva, marcaron la tierra.
Dijeron: “la entrada está interdicta”.
Y en selva ajena volaron las piedras.

Perforaron pozos. Cual sapos heridos
explotó su bilis. Gritaron “¡petróleo!”
Y tú y tus afluentes y plantas y nidos,
cubiertos quedaron en chorros de óleo.

Llenaron piletas del turbio barrial,
y el cielo los vio sin poder entender...
Usaron la selva como a un basural:
y sus negros restos dejaron arder.

Las ramas meneaban sus copas cenizas,
sacudiendo el humo del atardecer.
La lluvia bendita se volvió enfermiza
y la gente, asustada, se fue a esconder.

El globo del cielo se enlutó de espanto,
y el sol se escondía en gris espiral.
La última estrella se apagó templando,
y la luna de nácar perdió su cristal.

Un alba sin aves, un río manchado,
esta es mi selva, de los oleoductos.
Un árbol sin hojas, un sol ofuscado
y tubos largando su pérfido eructo.

No creas, mi río, que hemos de olvidarte
y sin más, entregarte a las fuerzas del mal.
¡Deja que digan que somos salvajes
y que no sabemos sumar o restar!

En el calendario de troncos caídos,
y en sus añillos y circunferencias,
contamos las marcan de años de olvido,
sumamos el tiempo de su negligencia.

Hoy, río, te cuento un secreto a tu oído:
¡Mi gente saldrá en fila guerrera!
¡La voz del jaguar despertó a los dormidos
y justa demanda será su bandera!

Dirán que esta es una lid desigual,
que un pueblo pequeño no puede triunfar.
¡Olvidan aquellos que el golpe final
lo ha dado David, derrumbando a Goliat!

Canto para espantar a intrusos de la selva

¡Que oigan las sombras!
¡Que dancen las lianas!
¡Que alumbre la luna
con su luz arcana!

¡A nocturnas bestias
mi tambor invoca,
y en ritmo de guerra
sus fuerzas convoca!

Jaguar majestuoso
de mágico ojo:
¡Vigila la selva!
¡Mira quien entra!

Tucán dorado,
de pico curvado:
¡Pica al bandido
y al entrometido!

Sapo apestoso,
reptil venenoso,
que en la selva acechas:
¡Al intruso echa!

Caimán mordedor,
molar destructor,
¡Muestra los dientes!
¡Muerde al que miente!

Piraña dañina
de boca canina
que pica con saña:
¡Usa tus mañas!

Capibara, carpincho,
cuerpo pelopincho,
de brutas pezuñas:
¡Afila tus uñas!

Cerbatana, arma
que el curare cargas,
recta y ligera:
¡Apunta certera!

Tarántula, araña
de mala calaña,
que trepas las plantas:
¡Al extraño espanta!

Serpiente sonora,
boa constrictora,
anaconda potente:
¡Aprieta a quien entre!

Lianas portentosas,
fuerzas poderosas:
¡Enrosca los cuellos!
¡Quita el resuello!

Anguila eléctrica, oso hormiguero,
mono aullador, murciélago negro,
salvaje ocelote, macaw, tamarino:
No dejen pasar al hombre dañino
que viene a la selva a ensuciar y robar.
¡No lo dejen entrar!

Nutrias gigantes, rosados delfines,
cobra, manatí, mono araña, reptiles,
pantano y ciénaga, cobra y serpiente:
No dejen pasar al hombre que miente,
que viene a la selva a matar y a robar.
¡Échenlo ya!

Que no meta la mano en la selva.
Que no pise la flor y la hierba.
Que no beba del agua sagrada.
Que no moje el pie en la cascada.
¡Que se vaya ya!


Copyright©2010

Friday, April 30, 2010

Cantos del universo

Pedido del niño a un poeta

Escucha, poeta:
yo quiero un verso
de polvo de estrellas
y del universo.

No quiero a un pastor
que suspira a un lucero,
y arranca una flor
en bello sendero.

Dime de suspiros
interestelares,
y de desconocidos
sistemas solares.

Yo quiero que lleves
al sol en tu rima
y aún que me cuentes
qué cosa lo anima.

Ni quiero que cantes
al ángel risueño
que con luz brillante
vigila mi sueño.

Que hables, yo quiero,
de gigantes novas,
y de huecos negros
que la luz se roban.

Y que tu metáfora
de verso fecundo
cante a la galaxia,
y al confín del mundo.

A errantes cometas,
y a meteoritos;
y a ignotos planetas,
de aquí al infinito.

A los cataclismos
de zonas etéreas,
y hasta al propio abismo
de la antimateria.

Y no hagas, por Dios,
algo extravagante:
Mira que no soy,
ni chico ni grande.

Usa simples voces
de aquel alfabeto
que usaron los dioses
para el Gran Secreto.

Y también las notas
de aquella canción
que usaron las diosas
para la Creación.

Si hacia ti se inclina
tu musa estelar
y al fin te ilumina,
¡te podré escuchar!




Adiós al Hubble

Que sepan los niños del mundo:
Mi vida ya va a terminar,
y pronto mi ser moribundo
será un recuerdo estelar.

Nací en una cuna famosa,
con una misión especial.
Cohetes de espléndida cola
me dieron la fuerza inicial.

Llegué a la órbita Tierra
y ella me acogió contenta:
Amé a mi leal compañera
rodando en su circunferencia.

Mi cuerpo en cilíndrica línea
sostiene dos alas brillantes,
que el sol generoso ilumina
y me sopla una vida constante.

Espejos, en mi ojo astuto
me dieron, por alma y por mente:
Mirando hacia afuera capturo
millones de objetos candentes:

Yo vi los cometas suicidas
en Júpiter yendo a estrellarse,
y en fuego acabaron sus vidas,
en choque, hasta desintegrarse.

Vi discos de gases ligeros
girando en globos gigantes.
Mi sabia pupila tiñeron
asteroides en rutas errantes.

Mi ojo ha visto a otros ojos
que quitan a un sol el aliento:
matemáticos huecos sin fondo,
¿acaso en el túnel del tiempo?

Y a intensas flores de centellas
que flotan en éter profundo:
ahí cuajan millones de estrellas
condensadas en mínimo punto.

La oscura energía que sopla
y acelera la eterna expansión,
mi ojo adivina, y anota,
del cosmos la gran dimensión.

Medí la intención del cometa
que apunta su roca a la Tierra,
y quise saber si en su recta
nos choca o nos roza de cerca.

Y ví que su cola incendiada
pasaría con benevolencia,
e iría a fundirse en llama
de un más gravitante planeta.

La cuna, edad y trayectoria
del cosmos, pude descifrar.
Rodando aprendí su historia,
y aquello que ha sido y será.

Catorce billones de años
y al borde del mismo universo,
absorbo la imagen de antaño
y a ti, en tu pantalla, devuelvo.

Mi meta ya ha sido lograda,
pero antes de irme flotando
cual pez desprovisto de agua,
te rindo el misterio que guardo:

que hay una Unidad en el cosmos
que crea lo inconmensurable,
y es la misma en el microcosmos
de dimensiones inimaginables.

Y es ese el grandioso dilema
envuelto en enigma profundo.
Quien halle el eterno Teorema
sabrá los secretos del mundo.

No busques a Dios...

No busques a Dios en la estatua de yeso
de ojos velados en humo de incienso.
Ni en bellas estampas ni en cruz de un altar,
no importa si es oro o basto metal.
Tampoco lo busques en templos lejanos
o santuarios hechos por humanas manos.
Ni en coro de voces de rica armonía
ni en las cadencias de sus melodías.
Ni en cuevas ocultas o en torres grandiosas
que erigen los hombres a dioses y diosas.
Ni en seres cubiertos de negras sotanas,
o de altos sombreros, o de barbas vanas.
Ni en esos que alegan tratar con misterios,
no importa el rango de sus ministerios.
Ni en el Campo Santo donde al fin reposan
los huesos sin almas en resecas fosas.
Tampoco esta Dios en los libros sagrados
de ayer o de hoy o de tiempos pasados.
No busques, en fin, en mundano sistema
de dogmas, doctrinas, rituales o emblemas.

Búscalo, sí, en la gran geometría
del cosmos y el átomo y en su simetría.
O aún más Allá, en la Causa Primera,
que engendra la luz de galaxias enteras.

O en el solo soplo que anima, constante,
a un caprichoso Universo cambiante.
O en el disonante o sonante acorde
del Universo aparente desorden.

Pues Ello está oculto en el Siempre Infinito
donde muere y renace este cosmos finito,
antes y luego de aquel Primer Acto
que dio a las estrellas el tácito pacto.

Búscalo, al fin, en la forma sin forma
del raro vislumbre que a tu Ser transforma.
Y del Rostro Inefable verás un reflejo,
puliendo tu alma hasta ser Su Espejo.




Arte

Tú que viviste, amigo, en tiempos remotos:
Estoy extendiendo una mano a través del continuo
de tiempo y espacio ignotos.

Veo tu albergue de rocas, de troncos y ramas.
Te ha despertado temprano el graznido de un ave
o el grito de bestia cercana.

Ya han azuzado las brasas mientras tú dormías,
y se ha llenado de luz la pared que labraste
después de la gran cacería.

Y la sombra que el fuego proyecta con luz imprecisa
en el diseño que hiciste en la piedra pulida,
con gesto amoroso acaricia.

Un tubo de hueso o de barro desgrana tres notas
que suben y bajan y llenan la cueva alumbrada;
y rodando, tu música brota.

Presiento el raro anhelo que tu alma contiene,
que deja asomar en tus ojos la gota salada,
y temblando, allí se detiene.

Forma y sonido que tú esparciste en el viento,
sábelo, amigo: viajó hasta mí por el cosmos,
y en mí mueve igual sentimiento.

.


Yo soy algo más

El sol era joven cuando el fuego hervía
en entrañas rojas de nuevos volcanes;
y el mundo giraba y ardía y bullía
y seguía su elíptica órbita fija,
en roca brutal.

La Tierra era eso: una bola encendida
azotada de rayos, de eléctricos vientos,
sin agua, sin mares, sin ríos, sin vida,
era el tiempo extraño de los elementos
del ser potencial.

Al paso del tiempo las piedras hirvientes
mojadas de lluvias perdieron calor;
crecieron los mares, y el fondo bullente
de un caldo viviente produjo el milagro
en cuna de sal.

Moléculas simples un juego iniciaron:
Cadenas crecientes de sus minerales
tejieron racimos y se combinaron.
Y en el vientre oscuro del mar comenzaron
su danza primal.

¿Tal vez fue el Amor, lo que los unía
para que la vida pudiera mostrarse?
¿Ha sido quizás la Primera Alegría
que tuvo el Planeta en tiempos sin nombre
de andar Primordial?

Primero fue apenas un ser transparente,
redondo, sin centro, unicelular.
Más tarde, un microbio con núcleo incipiente,
y luego bacterias y amebas tomaron
el paso inicial.

Tan pronto la vida explotó inconsciente
y sin los recuerdo de formas pasadas,
cada especie a su forma dejó su simiente.
Poblaron mares. Del mar a la tierra
fue el salto crucial.

La tierra ya era burbuja explosiva
de líquenes, musgos, de lianas y palmas,
Surcaban el cielo alas primitivas
y seres terrestres trazaron sus rutas
en corte nupcial.

Mamíferos chicos y grandes surgieron
y otros, que dicen, de mente especial.
Lémures, simios, macacos vinieron
y otros sin pelo y sin cola nacimos
del mismo ramal.

Por eso yo siento que soy barro tibio,
burbuja de aquella noche elemental;
microbio y gusano y la pata de anfibio
que marcó la arena al salir del mar.
Y soy algo más.

Soy ojos de ciervo y garra del puma,
aguijón de abeja y pies de ciempiés;
soy paja del nido, soy pico, soy pluma,
murciélago, cobra, caballo y mandril.
Pero hay algo más.

Yo llevo en mis huesos la historia del mundo.
Soy todo lo antiguo que en la tierra anduvo;
pero hay algo eterno que brilla profundo,
que fuera del tiempo titila aquí adentro.
Yo soy algo más.
Yo soy algo más.


Copyright©2010

Cantos de luna, de fuego y de agua

La luna y el agua

Mira, abuelita:
Se cayó la luna,
Se cayó de panza.
Cayó en la laguna,
Se cayó del cielo,
en el agua mansa.

Upa, lunita,
Sube, mi alma,
Sube a mi mano,
Sube a mi falda,
Que estarás de vuelta
Cuando llegue el alba.

¡Ay, abuelita!
La luna en el agua
Se quebró en estrellas
Que danzan y danzan,
En el agua negra,
En estrellas blancas.

No llores, chiquita,
Por la luna blanca,
Por la luna bella
Que en estrellas danza,
Porque nada es quieto,
Porque todo cambia.

La luna y la estrella
Y las gotas de agua
Se juntan, se quiebran,
Se unen, se apartan.
Porque nada es siempre.
Porque todo cambia.

Lo único eterno
Es el sol de tu alma.

En la casa de abuelita

En la casa de abuelita
hay cocina y comedor.
Ella limpia la cocina
y yo barro el corredor.

Por la noche entra la luna,
Por la tarde entra el sol.

En la casa de abuelita
hay tres puerta y un portón.
Un jardín con margaritas
y otra flor en el balcón.

Por la noche entra la luna
Por la tarde entra el sol.

En la casa de abuelita
hay hamacas y un sillón.
En la hamaca ella dormita
y yo canto una canción.

Por la noche entra la luna,
Por la tarde entra el sol.


La mariposa y la vela

La mariposa blanca,
en otro mundo sueña
que una niña duerme
a la luz de una vela.

La niña está soñando
que la mariposa vuela,
y que en la noche tibia
las dos revolotean.

Y ve que un ala roza
el fuego en la candela.
─ ¡Cuidado mariposa,
que la llama te pega!

A tiempo ya se escapa
la mariposa lela,
de aquel fuego que mata,
de aquel rojo que quema.

Y por la puerta abierta
a la noche serena
ya sale parpadeando
con sus alas de seda.

¿Soñó la niña acaso
a aquella mariposa?
¿Soñó la mariposa
a la niña y la vela?


Quisiera ser...

Quisiera ser...

─Quisiera ser luna
de luz tan plateada,
que el cielo acuna
en nubes rosadas.

─La luna es muy fría,
no tiene esplendor,
su luz blanquecina
¡se la pide al sol!

─ Quisiera ser sol
y luz derramar
de su gran crisol
al campo y al mar.

─ El sol es el fuego
que quema el trigal,
y seca los suelos
e incendia el pajal.

─ Quisiera ser lluvia
y apagar el fuego
que al pasto incendia
cuando está seco.

─ La lluvia constante
desborda el río,
que sale del cauce
e inunda el sembrío.

─ ¡Ay, si no puedo
ser luna, ni sol,
ni agua ni fuego...
quisiera ser Dios!

─ Pues piensa, mejor
en labrar el suelo;
observar la luna
y el ciclo del cielo.
Y si el sol abrasa,
regar los trigales;
y si el río avanza,
abrirle canales.

Sé lo que eres,
no quieras ser Dios;
pues Dios es el Uno
y nosotros, el Dos.

Pícaro pajarito

Un pájaro ha despertado
a mi niño hoy temprano.
Yo salgo a regañarlo,
a la lluvia del verano.

¿Querrá el pajarito callarse
si pongo alpiste en mi mano ?

Le silbo bajito al árbol
que frente a mi ventana
abriga al autor del canto
y lo oculta entre sus ramas.

¿Querrá el pajarito escuchar
a quien de abajo lo llama?

La araña en hilos que flotan
de su trabajo etéreo
tendió su telar de gotas
de una rama del cedro.

¿Por qué, pajarito, no vienes
a ver su tejido aéreo?

Y ya paró de llover:
el sapo croa en la laguna.
La luna salió a encender
las gotas de una en una.

¿Saldrá el pajarito a ver
el arco iris de luna?

Pícaro pajarito,
¿Dónde te habrás metido?
¿De donde viene ese grito
que asusta al niño dormido?

¡Ni mano, ni voz, ni alpiste,
ni tejido de rocío,
ni el arco iris que viste
el cielo azul del estío
te pueden hacer salir
de tu escondite en el nido!

Un poema entrego al viento
en vocablos rumorosos,
y al aire le encomiendo
llevarlo al árbol frondoso.

¿Podrá el pajarito al menos
oír mi verso quejoso?

Pícaro pajarito,
¿Dónde te has metido?
¿De donde viene ese grito
que asusta al niño dormido?

Señor Martinengo

Señor Martinengo
¡Me riega los pies!
Señor Martinengo
¡Me riega la flor!
¡Me riega la planta!
¡Me riega la col!

En mi pueblo había un camión
con un tanque colorado.
Por las calles esparcía
lluvia fina a los dos lados.

De dos tubos extendidos
de metal agujereado
echaba agua en abanicos
como brazos enjoyados.

Y así andaba por las calles
de mi pueblo polvoriento,
con un ronroneo pesado
regando el polvo sediento.

Largaba su lluvia mansa
en las mañanas temprano,
y el arco iris formaba
con las luces del verano.

La tierra mojada y fresca
se amontonaba en bolitas,
y la calle se llenaba
de charcas y lagunitas.

Para beber de las charcas
le seguían las mariposas,
en un muy feliz cortejo,
aleteando, luminosas.

Detrás de las mariposas
los chicos correteaban;
las cogían de las alitas,
las contaban, y dejaban.

Las miles de las mariposas
sorbían el bien sutil,
y una docena de chicos
contábamos hasta mil.

Con la panza llena de agua,
y esparciendo bendición
a chicos y a mariposas
iba el camión regador.

Hoy ya no hay más mariposas
en el brillo del cemento.
Ya no hay más polvo enojoso,
ya no hay insectos sedientos.

Me dicen, con mucho orgullo:
“El pueblo ya está avanzado.”
Y a mí se me hunde el pecho
por el asfalto pelado.

Señor Martinengo
¡Me riega los pies!
Señor Martinengo
¡Me riega la flor!
¡Me riega mi verso,
me riega mi voz!



Sol y luna


A la luna dijo el sol:
Tu dulce resplandor me enternece.
Quisiera que demores tu estancia
en el cielo después de que amanece,
y así puedo admirarte, a la distancia.

Y ella respondió:
Por días, flotando me he quedado,
en el céfiro azul, con esperanza.
Pero tú, feliz y enamorado
de tu propio brillar, me has ignorado.